摘要:Desde que Hirschman (1981) entonara el epitafio de la economía del desarrollo, se viene certificando su defunción (Lal, 1983; Meier y Seers, 1984; Pakdaman, 1988; Krugman, 1997). Tras el descontento provocado por el desarrollo estabilizador, se apagaron las alabanzas a la técnica y al industrialismo como antídotos eficaces contra el veneno de la escasez. Por un lado, cayó el fetiche de la ayuda externa porque la evidencia empírica no avaló la hipótesis de la relación positiva entre préstamos y crecimiento económico, el cual apenas tuvo lugar en África o en América Latina (Stiglitz, 2002:30; Easterly, 2003:116- 117). Por otro, no se materializaron los supuestos efectos benéficos de la transmisión del mercado internacional, a la vez que no hay unanimidad en cuanto a que la mayor integración mundial o la apertura económica hayan reducido la pobreza (Rodrik, 1999; Winters et al., 2004).