摘要:El cine del colombiano Víctor Gaviria, desde su debut como director, Rodrigo D: No futuro (1990), hasta su magnus opus sobre el fenómeno social del narcotráfico en Medellín, Sumas y restas (2005), pasando por el que es, probablemente, su largometraje más conocido, La vendedora de rosas (1998), pone en crisis la distinción entre los terrenos de la realidad y de la ficción o, en otras palabras, entre los de lo representado y su representación. En ese sentido, la obra de Gaviria problematiza el concepto de representación en sí. En este artículo se argumenta que esto se debe a que el proyecto artístico de Gaviria involucra una constante reflexión acerca de cómo representar una realidad que, como la realidad violenta y descarnada de las comunas de Medellín, es, en última instancia, irrepresentable. Partiendo de una lectura en reversa de las tres películas arriba mencionadas, que va del filme cronológicamente más reciente hasta el que inauguró la carrera del cineasta colombiano, se sugiere, además, que la verdadera novedad de la obra de Gaviria está en que, para dar cuenta de una situación de marginalidad absoluta en la periferia de la periferia, el director recurre a un modelo que no es ni siquiera uno de representación sino, más modesta, pero también más radicalmente, uno de auto-representación de contenido narrativo relativamente bajo, pero de altísima carga afectiva, de los sujetos más abyectos del Medellín de fines del siglo XX, esos que carecen de futuro, de esperanza y hasta de narrativas.