Santiago es una capa sonora. Una suma de sonidos, músicas, gritos, ambulancias, risas, timbres y vibraciones captadas y no captadas por el oído. Algunas ni siquiera tienen palabras para referirlas; otras, activan paisajes sonoros, como el de los buses por las calles, que con su ritmo parecen olas descargando su rabia en la arena. Otros sonidos siguen tus pasos, como los que vomitan los pequeños parlantes estratégicamente ubicados en el centro de la ciudad, como si las calles fuesen pasillos de un mall o supermercado. El aire también se llena de los ruidos que nacen en el roce constante de los cuerpos contra otros cuerpos, de los cuerpos contra los objetos y de los objetos contra ellos mismos, una suma que se transforma en electricidad, en estática, como si la ciudad estuviese bajo la sombra de una torre de alta tensión descomunal o de un monstruoso panal de abejas con surround .