摘要:Me ha llamado la atención el artículo de José María Sánchez Ron en el diario EL PAÍS titulado “El valor del fracaso digno” . El autor es uno de los más conocidos historiadores y divulgadores de la ciencia en España y le he leído siempre con fruición todo lo que ha publicado y que yo me haya enterado. Sin embargo, esta vez me ha decepcionado en su artículo. No haré un resumen del mismo porque es del día 11 y puede ser leído en Internet. En la primera parte habla de la incoherencia de los políticos cuando se les pregunta una cosa y contestan a una supuesta pregunta que no ha sido formulada. Me saltaré la crítica a los políticos porque eso no es conveniente para el medio donde va destinado este. Voy ahora a Bertrand Russell (1872-1970), porque en realidad el profesor Sánchez Ron apenas desarrolla el tema de los Principia, aunque lo hace de forma acertada, señalando el intento -que luego el teorema de Godel demostró baldío- de rehacer toda la Matemática bajo los principios de la lógica. Invito a Sánchez Ron a que desarrolle el tema en el medio publicado o en este más modesto de Nueva Tribuna. Sé que lo ha hecho de forma brillante en sus libros y a lo largo de su carrera. En España y en castellano aparecieron “Los principios de la matemática” en 1967 en la editorial Espasa-Calpe, aunque los derechos los tenía desde 1948, pero no sé de que nunca aparecieran traducidos sus tres tomos de “Principia Mathematica”. No sé tampoco si puede achacar a la censura franquista este largo período desde la propiedad de los derechos hasta su publicación o son otras las causas. Es claro que la figura de Bertrand Russell no era precisamente querida por los censores, pero no por su obra científica, lógica y matemática, que apuesto las dos piernas y un brazo que aquellos no tenían ni la más remota idea de ella, sino porque ese inglés de impronta volteriana era una figura mundialmente conocida por su pacifismo y su lucha contra toda forma de dictadura y de opresión. En un libro cita Jesús Mosterín unas palabras del filósofo inglés: “tres pasiones simples, pero abrumadoramente fuertes, han gobernado mi vida: el anhelo de amor, la búsqueda del conocimiento y la insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad”. Y merece la pena seguir con sus palabras, tanto por su hondura como por la belleza con que están expuestas: “Estas pasiones, como grandes vientos, me han llevado caprichosamente de acá para allá sobre un océano de angustia, llegando al límite de la desesperación”. La pasión por las matemáticas de B. Russell arranca -según propia confesión- a la temprana edad de los once años, pero también de la decepción que le supuso saber que Euclides “partía de axiomas”. Fue su hermano el que le convenció de que “si no los aceptaba no podríamos seguir adelante”. Los aceptó, pero a regañadientes, porque a cambio sus próximos veinte años fueron una carrera con un fin: demostrar que esos axiomas podían ser sustentados, cobijados, reducidos a principios lógicos. Eso es lo que se ha dado en llamar logicismo, y es una de las tres escuelas o tendencias de las matemáticas que aún perviven. Las otras dos son el intuicionismo (Brouwer) y el formalismo (Hilbert) .