La significativa tanto como inesperada victoria popular en las recién pasadas elecciones hondureñas (20 de abril de 1980) denota una vez más las profundas demandas de cambio y las tendencias a una drástica reorganización de la sociedad que prevalecen hoy en día en Centroamérica como región y en cada uno de los países que la integran. Casi todos los pronósticos coincidían en que era virtualmente imposible superar la llamada "barrera del fraude", denunciada insistentemente por los principales sectores sociales del país, como un conjunto de mecanismos pre-electorales dispuestos de tal forma que anticipaban de antemano un resultado favorable a la actual coalición gobernante (Partido Nacional-alta jerarquía militar) y aseguraba su continuidad como fuerza predominante en la escena política del país desde 1963, quizás tan solo interrumpida con el breve intervalo reformista de 1972-1975.