La aguda crisis de la economía mundial y, de modo particular la crisis de los grandes centros de poder que desde la II Guerra Mundial dictan las normas y señalan los cauces por donde deben andar o no andar las relaciones económicas entre sí, y entre ellos y el resto del mundo en desarrollo, es momento propicio para la reflexión y para el análisis ponderado no sólo sobre el orden económico universal, sino también sobre el destino de todos los pueblos afectados por este sistema mundial de relaciones económicas y políticas. La situación es tan grave que debemos reflexionar con ánimo tranquilo, sin que esto impida reiterar que en múltiples ocasiones - y como una prédica en el desierto de la inflexibilidad y de la incomprensión - muy autorizadas voces de los países en desarrollo han advertido que sin una reforma de este orden mundial no habrá manera racional, ni equilibrada de superar este conflicto que adquiere cada día características más dramáticas. Y lo es tanto más en la medida en que es posible contrastar las advertencias, los reclamos de reforma, las propuestas de revisión, con el curso inmodificable de los hechos y de las decisiones económicas de los grandes países industrializados. Así podríamos intentar, a manera de ensayo ilustrativo, una cronología contrastada de lo que ha venido ocurriendo en la economía mundial y de las reformas propuestas en cada momento por los países en desarrollo. Este contraste sería cuando menos útil. No cometeríamos la impertinencia de sostener que hemos tenido razón siempre o que somos, en el Tercer Mundo o en la América Latina, portadores de una verdad absoluta.