El Panadero me rodeó por detrás de la cintura mientras susurraba a mi oído: «Ven a ver la Cortina de humo, corazón, que sube y se aleja». Su invitación era sumamente perentoria, tanto que apenas alcancé a sujetar mi copa que él ya me llevaba como a la rastra hasta la ventana. Una vez frente a ella creyó innecesario seguir con el abrazo, de manera que los dos quedamos a la par, mirando hacia lo lejos desde el gran ventanal que domina la Bahía.
function abrir_pdf( numero_articulo, numero_revista ) { $.post( '/reportar_apertura_articulo.php', { 'articulo': numero_articulo, 'revista': numero_revista }, function(data) {} ); }