En estos, mis últimos días en la capital de Colombia, me he dado cuenta de que he pasado cincuenta años viviendo no en una ciudad sino en una increíble máquina de ascenso social; una escalera, casi automática, que se ha construido a sí misma desde los años treinta en un acelerado proceso de urbanización. He sido testigo diario de esa construcción física y social que convirtió en sólo sesenta años una ciudad provinciana de 300.000 habitantes en la mayor ciudad de los Andes: cinco millones de habitantes viviendo a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Ahora es tiempo de rendir mi informe.