Hay heridas que aún no cicatrizan. Es cierto. Pero, veinte años después de aquel 11 de septiembre, el ámbito de la política ha vuelto a ser el ámbito del diálogo. Es común ver a viejos enemigos que se saludan, a veces hasta con afecto. Y quienes mantienen el ánimo ideológico-belicoso de antaño, más parecen boxeadores que ensayan golpes con su sombra. Son efectos de la renovación ecuménica y del fin del «confrontacionismo», que caracterizan a nuestra democracia escarmentada. En este contexto, todo indica que ya está llegando el momento de enfrentarse, con todo respeto pero sin miedo, al tabú y al mito tejidos alrededor de Salvador Allende.