El sistema italiano fue caracterizado como un gobierno de partidos capaces de controlar los grupos de presión y la sociedad civil. El poder partidario estaba presente tanto en la sociedad como en las instituciones. La corrupción política, como intercambio oculto, de hecho resta poder a los lugares visibles. Las arenas donde se toman las decisiones se desplazan de la política visible a la invisible, donde sin embargo los partidos no son forzosamente los actores predominantes. Los partidos se fraccionan, pero no en corrientes ideológicas tradicionales; más bien se crean estructuras ocultas, en las que los jefes acumulan poder gracias a la inversión de recursos obtenidos mediante ilícitos. Debilitados por la difusión de la corrupción política, los partidos se vuelven corresponsables, detrás de bastidores, del criptogobierno en cuyo seno se toman las decisiones pertinentes para la cosa pública.